Cuando un proyecto crece, también crecen sus retos. Lo que al principio se puede manejar con Docker y Docker Compose empieza a mostrar límites: el tráfico aumenta, los recursos del servidor se saturan y mantener varios entornos se vuelve cada vez más complejo. Fue en ese punto cuando decidí dar el siguiente paso: entrar al mundo de Kubernetes.
No voy a mentir: al principio me pareció abrumador. Su curva de aprendizaje es empinada, pero su promesa es poderosa. Kubernetes automatiza la infraestructura para que los despliegues sean escalables, estables y mantenibles, sin depender de un solo servidor ni de la intervención constante del desarrollador.
Una de las experiencias más valiosas que tuve fue migrar una infraestructura de Strapi y Next.js desde Docker Compose a un clúster en Kubernetes. El cambio fue notorio: la disponibilidad mejoró, los tiempos de despliegue se redujeron y, lo más importante, el costo operativo bajó a mediano plazo.
Con el autoscaling configurado, los recursos se ajustaban dinámicamente según la carga. Durante las noches o fines de semana, cuando el tráfico caía, los pods se reducían, y los costos también. Fue como pasar de manejar manualmente un servidor a ver cómo el sistema respondía solo, inteligentemente, a las necesidades reales del momento.
Más allá de los números, lo que gané fue tranquilidad. Las actualizaciones, los rollbacks y las nuevas releases dejaron de ser maniobras de riesgo para convertirse en procesos controlados, automatizados y sin interrupciones para el usuario final.
Con el tiempo entendí que no se trata solo de aprender una nueva herramienta, sino de cambiar la mentalidad con la que concebimos la infraestructura. Un proyecto bien contenedorizado no solo se ejecuta mejor, sino que vive mejor en el tiempo: es más fácil de mantener, de escalar y de comprender para quienes lleguen después.
Desde el punto de vista económico, invertir en una arquitectura basada en contenedores puede parecer un gasto inicial mayor, pero a largo plazo reduce horas de mantenimiento, errores humanos y caídas en producción. Y en el mundo real, eso se traduce en ahorro y estabilidad.
Hoy, cada vez que despliego un proyecto, no pienso en servidores, pienso en contenedores. Y cuando proyecto a futuro, pienso en clústeres. Porque el código pasa, las dependencias cambian, pero la arquitectura bien pensada perdura.